Friday 23 December 2011

Me vas a doler toda la vida

Me vas a doler toda la vida.
Recordar tu nombre es sentir que me quema. Me quema tu idea, a mi también me quema.
La memoria me empieza a fallar cuando conjuro tu idea. Tu imagen es imborrable, satánica, maléfica.
Me vas a doler toda la vida, como duele siempre un duelo que no queremos hacer.
Como la muerte misma dolés.
Como un cuchillo que, desafilado, se empecina en entrar en mi carne y provocar la exaltación de mis recuerdos más escondidos, así dolés.
Me vas a doler toda la vida.
Como el momento mismo en que uno se despide de la vida y le toca empezar a descifrar que vendrá después. Me dolés como las incertidumbres y me dolés como me duele el paso del tiempo.
Me dolés porque hace tiempo que ya no puedo ni espiarte desde mi auto.
Porque no soporto tu nombre ni siquiera cuando aparece con otros apellidos.
Me dolés porque no te imaginaba y llegaste para destruir todo lo que venía construyendo. Sos un vendaval de dolor.
Me hacés el mismo daño que me hace mirar hacia atrás y descubrir el tiempo pasado; cuando sin quererlo siquiera, me paro en esta piedra de la edad y me doy cuenta que ya he recorrido lo suficiente. Y en todo este recorrido siempre, siempre cargué la mochila de tu recuerdo punzante. Mi vida hubiese sido mucho más fácil si no te hubieras empeñado en colgar de mi ayer el dolor de haberte conocido.
Me vas a doler toda mi vida.
Me dolés tanto que de tanto en tanto, lloro y ruego poder borrar tu recuerdo. Porque ya no tengo ni recuerdos buenos. Lloro y me duele, me duele haberte conocido.
Me vas a doler toda mi vida.
Toda mi vida.
Toda.

Wednesday 5 October 2011

Olvidarte

Ayer le dije: “Buenos días, disfruta de estas últimas horas, porque en breve voy a olvidarte”.
Olvidarte es decisión tomada. No me vengas con que eso no se decide. 

Sunday 31 July 2011

Nostalgia

A veces pienso que siento amor por lo que fuiste. No por lo que sos.
Nostalgia.

Monday 25 July 2011

Nabokov

Ayer, después de mucho tiempo, decidí no conducir hasta tu casa. Me levanté tarde, como el día sábado siempre amerita, me senté en el sillón tres cuerpos color beige y me puse a observar como mi biblioteca se va llenando de libros que jamás leí. Que compro y no leo, porque paso mis horas trabajando duro en el oficio de ser el conductor que observa tu vida y la pinta, como pintor de naturalezas muertas, como una imagen estática que, colgada en la pared de algún vetusto museo de poca monta, nadie se atreve a tocar.
Y por otro lado, apilados cerca de la mesa del televisor, robándole la forma a una escalera caracol que alguna vez vi en un departamento que alquilé cerca de la costa, se encuentran aquellos libros que leí, y no sólo eso, sino que releí. Una vez me enseñó el gran Maestro Vladimir Nabokov, que uno no puede leer un libro, sino que sólo puede releerlo.
No voy a mentirte, la mayoría de ellos están subrayados con una lapicera tinta color negro. Todos tienen pasajes, oraciones, párrafos que me recuerdan de alguna manera u otra a vos.
La primera vez que leí a Nabokov, quedé exhausto, casi derribado por la narrativa más maravillosa que (años después descubriría) podría uno encontrar. Compré Mashenka en un mercado de libros usados en la capital hace varios años y a partir de ahí, nació una extraña relación amor-obsesión con su autor. Ese, claramente, es un libro que repasa la historia de tu vida desde el principio hasta el fin. He marcado tantas partes, que casi debería copiar el texto entero para poder citarte cómo alguien, muchos años antes de que nacieras, en Berlín conjugó verbos, añadió adjetivos, tonalizó frases que se volverían reales a penas salieras al mundo a vivir.
Está también un tomo eterno con todos los relatos completos del Maestro traducidos al español que compré un día mientras te espiaba tras las góndolas de la librería que queda lejos de tu casa. Para él, confeccioné con mis propias manos un señalador en el que escribí una frase que habla de la soledad. Claro, sí, una frase robada a Vladimir.  En la página 69, comienza la historia “Dioses”, y en la página 71 marqué exactamente esto, decime… ¿te trae algún recuerdo? : “Te estás riendo. Cuando ríes, quiero que todo el mundo se transforme para que te refleje como un espejo. Pero tus ojos se apagan al instante. Dices, apasionada, temerosamente: ‘ ¿Te gustaría ir… allí? ¿No te importa? Se está bien allí, todo está en flor…’.
¿Sabés que siento de a ratos? Que si él te hubiera conocido, no hubiese dudado un instante en hacerte protagonista de su mejor novela. 

Wednesday 6 July 2011

De a ratos...

De a ratos sueño con que lo que vivo es real.
Después pasan las horas y me doy cuenta que no es más que mi imaginación que se ha corporizado. Y sonrío casi imperceptiblemente.
Conduzco hasta tu casa y te veo allí sentada, como si no hiciera frío o si no hiciera calor, el pelo inmóvil, los ojos vacíos.
Y me pregunto si serás real, o sólo producto de mi mente que te busca hace tiempo y quizás te haya encontrado, protagonista de la historia de otro, protagonista tácita de mi vida, protagonista ignorante de la tuya.
Me dedicaré a contemplarte hasta que el sol caiga y entres en el mundo de un extraño y a mi no me quede más remedio que encender el auto, encender la calefacción y comenzar a rezar para que mi noche sea más corta que lo habitual.

Thursday 30 June 2011

V Parte





Me llegó la posta desde Blog A ... así enlazó esta humilde conductora, que sigue espiando desde su auto la vida de los demás.





El día afuera se desplegaba con el fulgor que sólo podría permitir un verano abrasador. El calor se tornaría insoportable en breve y lo notarías si no fuera porque decidiste quedarte en la cama unos minutos más.
Yo estacioné mi auto para mirarte, como de costumbre, cerca de la ventana verde. Estabas inusualmente despeinada y todavía vestías la misma ropa negra que la noche anterior ¡No es para menos después de una noche cuasi esquizofrénica!  Debajo de la cama estaba tu fiel amigo el perro y si te atrevieras a asomarte, encontrarías las cartas que creés perdidas desde hace mucho tiempo.
Tus ojos rojos recorrieron el ambiente como si no supieras bien dónde estás, te faltan fuerzas para incorporarte y te sobran ganas de dormir, o de llorar, ambas acciones en vos persiguen el mismo fin. Quisieras olvidar el atentado de amor que sufriste la noche anterior y del que no podés escapar y mientras te revolcás en las sábanas que huelen a cigarro, a sangre y a amor te preguntás si los sucesos de anoche fueron reales o el producto de la suma de millones de idealizaciones que creés deberían ser tu vida.
Los minutos se estiran demasiado cuando todo lo que queda es la memoria y es así que hora y media después, decidís levantarte.
Todo hoy se te presenta lento. Caminás pausado y con cada paso se abre una remembranza, tu vida es este presente lleno de pasado y carente de futuro, y eso, en vez de amedrentarte, te llena de una sensación de adrenalina que no podrías explicar con palabras.
Ponés el agua para el té y prendés la radio. Las noticias son las de siempre, la revolución, el caos, las peleas, el revuelo general y recordás sin querer que él hoy, a esta hora, podría estar muerto. Subís el volumen y tratás de escuchar un poco más, pero no hay nada de eso y sonreís feliz.  Abrís tu cuaderno de notas y comenzás a redactar, pero el ruido del agua hirviendo en la pava te desconcentra y abandonás la actividad. Quisieras poder explicar cómo es que el miedo y el amor se habían conjugado en tu casa, en tu cama la noche anterior, pero se te hace imposible y concluís que hoy no es día para ponerte a inventar palabras para definir tus sentimientos.
Tomás el teléfono para llamar a tu tío Carloto y preguntarle si él apareció por el bar esta madrugada. Yo sólo escucho que decís : “ bien”, “aha”, “mmm”, “decile que vuelva cuando pueda”. Pero hablás como si temieras algo y colgás demasiado pronto. Yo necesito imperiosamente saber más, enciendo el auto, sé  dónde debo ir.
A penas estaciono detrás del bar recuerdo como desearías poder ir allí, frecuentar El Enano Saltarín,  ya que en definitiva, no es más que el lugar soñado para alguien como vos; uno viaja al pasado o al futuro cuando pone un pie adentro, y para alguien carente de un porvenir  el recinto se te presenta casi como una utopía.  Has empezado a pensar que tu vida es simplemente mirar hacia atrás y revivir los últimos catorce años; y has caído en la cuenta de que a partir de anoche no hay mucho que hacer, sólo esperar.
Se habían conocido en el parque que unía las avenidas cuando todavía iban a la escuela primaria. Él se escondía detrás de un pino para verte pasar con tus zapatillas rojas de caña alta, con tu walk-man en el bolso y un cigarrillo escondido en tu boca. La vida los había unido un año después gracias a unos amigos en común en una de esas reuniones secretas en el  ático de la casa del padre de Jimena y ahí mismo decidieron unirse para siempre. Vos fuiste siempre el bastón que sostuvo su caminar y su crecer, la baranda donde apoyarse, el lugar seguro al que uno siempre quiere volver, el refugio, la infancia eterna, y hasta quizás el mismísimo aire.
Con los años te diste cuenta que no podías seguirlo. Sus actividades eran cada vez más secretas y peligrosas y las cartas que te enviaba sólo saciaban momentáneamente tu necesidad de él.  La mayoría de las veces ni siquiera entendías lo que decían, pero el simple hecho de saber que él con su puño y letra las había redactado bastaba para abrazarlas fuerte contra tu pecho y sentirlas una recompensa que te entregaba el tiempo por el sólo hecho de saber esperar.  Catorce años… ni uno más, ni uno menos, todos y cada uno de ellos dedicados a él, a cuidarlo desde lejos, a protegerlo bajo tu ala, a amarlo desesperadamente. Y él, a su manera, a amarte también a vos.
                                                                              ***
El bar, como bien sabés, tiene unas habitaciones detrás que tu tío Carloto solo ofrece cuando el caso lo amerita. Allí todavía era de noche gracias a unas frazadas que cubrían las pequeñas ventanas cercanas al techo.
Tu amor había estado sentado unas cuantas horas con la mirada perdida en un buen recuerdo antes de entregarse por completo a la nostalgia. Siempre le costaba demasiado tomar la decisión de no olvidar y peor aún,  decretar que vagaría por segundos incalculables, incontables por tramos y trazos de una historia que hasta anoche le parecía perdida. Sin la ayuda del boticario jamás habría podido llegar a tu casa. Piensa en su futuro por un largo rato y se pregunta si debería dejarlo todo por ti, o por su otro amor (como a él le gusta llamarlo), la justicia. El mundo se está derrumbando y él encuentra inevitable amarte pero también es inevitable el impulso interno que lo lleva a las reuniones secretas aún hoy en día, a pesar de todo, a pesar de vos.
El olor que proviene desde el bar le dice que ya es hora de levantarse. Espía a través de la cortina de juncos que separan la habitación de la sala principal y ve a Carloto en su puesto, como siempre. Se pregunta qué habría sido de él todos estos años sin la ayuda de tu tío y duda (por segunda vez en el mismo día) si debería dejarle la posta a alguien más joven y con menos apego a un viejo amor.
El salón principal  exhibe un desfiladero de gentes y personas que hace tiempo no saborea. Observa  por un rato con desconfianza, saluda con un gesto a tu tío y se acerca a Jacinto, o al mono, baja la mirada, le guiña un ojo a Leonardo ( ¡ por Dios hoy están todos aquí!), saluda a los demás con la mano ( desconfía del hombre del paraguas) y recorre con la vista el bar una vez más.  En la barra está Jimena, la abraza con dolor, toma sus manos y la mira cándidamente antes de susurrarle al oído:
-Cuando puedas llamala y pedile que encuentre esas cartas que hace tanto le envié. Todo lo que necesita saber está en ellas.



Y ahora le dejo yo la posta a Layna , espero que puedas hacer algo desde aquí, o desde algún otro lugar.



Aprovecho para agradecer la invitación a tan maravilloso trabajo comunitario , estoy conociendo blogs increíbles que me dan material de lectura nocturna cada día. 

Sunday 12 June 2011

La Imposibilidad

Todo comenzaba en la cabeza. En alguna parte se encontraban y hacían sinapsis cuantiosísimas neuronas que no sólo se basaban en las experiencias químicas vividas en ese momento, sino también en algunas retorcidas volteretas que daba la memoria.
Luego saboreaba el pensamiento y lo volvía a repetir. En un extraño juego que le había planteado su vida, ella siempre temió no poder recordar las frases maravillosas que se le ocurrían en cualquier lugar y es por eso que un buen día decidió sacar el viejo anotador que había encontrado guardado en un cajón en la casa de su abuela, llevarlo siempre en la cartera y al momento de la revelación, tomar nota sobre ello.
A veces una idea le dolía en la panza y le provocaba llorar. A veces una realidad auto-revelada se le aparecía en el camino, la pensaba, la repensaba y a la tercer vez le daba paso a la lapicera pluma Parker tinta negra para que con su majestuoso fluir la perpetrara en la hoja, tatuándola de por vida en una página en blanco.
Y también había diálogos extensos con los temas más variados como protagonistas: el amor y su mejor amigo, el desamor, el mundo, el amor, su historia en común, el amor y su mejor amigo el desamor, la explicación al desamor, el amor como química y como lenguaje, de por qué el amor jamás sería matemático, del desamor. Y como ramas inquietas la semana anterior a la primavera, el pensamiento se llenaba de cosas para decirte. Todo siempre comenzaba en la cabeza, luego la sinapsis y luego la Parker tinta negra.
Claro está que cuando corpóreamente te hacías presente frente a ella, una magia inexplicable nublaba su cabeza, se apoderaba fatalmente de su memoria, adormecía sus brazos y secaba la tinta; lo más fabuloso era ver cómo una a una las palabras escritas para vos se borraban y la frustración causada por el torrente de frases que deseaba decirte pero que su garganta, reseca y enmudecida, se negaba a reproducir. 

Sunday 8 May 2011

Los pies

Es así de mezquina mi memoria que se empecina en volver a donde ya ha ido.
Sórdida nostalgia, en la que al revolver encuentro que no hay mejor día que aquel que pasé contigo, ni mejor amor que el que aprendí contigo, ni mejor dolor que el que he sufrido contigo.

Y en una nebulosa asfixiante, en la que respirar se me hace añicos, encuentro mis pies andando por el camino que ya han ido.
Que todo vuelve algún día al lugar donde pertenece para terminar su existencia de donde jamás debería haber partido, ya lo sé.
Sólo que se me acaba la historia, me quedan cortos los días, y otra vez me encuentro caminando las calles que tantas veces he recorrido. 

Tuesday 3 May 2011

El bastón

Era claro ver lo que pasaba, la estaban desmembrando. Le estaban arrancando sus brazos, las piernas, de cuajo, con dolor. Una increíble mancha de sangre crecía por debajo de su tronco y de sus ojos brotó una lágrima. Estaba padeciendo la inevitabilidad de sus decisiones y aún cuando un grito ensordecedor hizo temblar los cuatro muros que la acunaban, no pudo sentirse culpable.
Se paró como pudo y recordó que el ser humano no es más que un animal de costumbre. Comprendió que tarde o temprano podría acomodar su vida hasta lograr normalizar su situación. Le faltaban los brazos, es verdad, pero ya encontraría algo que le sirviera de miembro prensil, o quizás se dejaría prensar por brazos ajenos. La vida no parecía tan mala. Claro está que habría que acostumbrarse al insoslayable zumbido de la conciencia.
Le faltaban las piernas. Le habían arrancado también el corazón. Y un pulmón. Y una oreja.
Y frente al rugir de las estrepitosas paredes que se iban derrumbando a medida que ella, digamos, caminaba, se encontró falta de rodillas y se dejó caer.
Quizás el dolor más enceguecedor provino de la cruel comprensión de la falta más inexplicable de todas. Su bastón. Y desde los confines más remotos de las entrañas que le colgaban por doquier y a medida que intentaba avanzar hacia un porvenir que no era más que la mismísima nada, un alarido desesperado la despertó de un sueño profundo al que se había entregado la noche anterior.
Pero no había sido un sueño. Efectivamente, le faltaba su bastón. 

Monday 2 May 2011

El cuento de la librería

Mentiría si dijera que la sorpresa la sorprendió. No era una sorpresa. Había vivido una semana y media completa sabiendo que transitaba el inexorable camino hacia la no-sorpresa. Por primera vez en mucho tiempo no había planeado una respuesta que pudiera considerarse válida y decidió, mientras manejaba un auto prestado, que dejaría que fluyera de su más íntimo ser una contestación que te descolocara y te desautomatizara. Ella no cree que hayas estrenado esa información silenciosa con ella, sino que en realidad, habías recopilado detalles de vidas anteriores a ella (que te aconsejo jamás reveles en su presencia) y las implementaste con motivo de tu grand opening (al que ella deseaba asistir, claro está, pero más como audiencia que como protagonista).
Esta mañana, mientras corría la sábana de sus piernas, pensó mucho en vos. Quiso comprender cómo es posible que pudieras tener un pasado al que ella no perteneciera y tuvo ganas de llorar o de dormir, es lo mismo, en ella ambas acciones persiguen un único fin. Que habías tocado otro cuerpo y habías sentido amor. Amor, esa palabra se corporizó en jeringas infectadas y cada vez que hacía fuerza para imaginarte amando a otra persona, el dolor se volvía insoportable, insostenible. Y eran pinchazos penetrantes, dolorosos, del tipo de pinchazos que aparecen en los sueños de otros, no en los propios. Y pensó que si va a tener que andar por la vida con la pesada mochila de saber que ha habido un antes, prefiere quedarse sentada. Porque el mero hecho de especular sobre todas las mujeres que pasaron por tu vida le provoca repugnancia. ¿Cómo es que alguien como tú no pudo esperarla hasta que llegara? M. cree que en definitiva, vos estabas seguro que algún día pasaría, pero te has tardado demasiado, demasiados años en llegar.
Esta mañana de lunes transcurrió como varias otras, como las que sucedían hace algunos años atrás, en las que se levantaba dispuesta a mentir y a no medir las consecuencias. Escribió un correo, recibió otro y se sentó a esperar, pero a pesar de que te habías corporizado en un nombre, no apareciste rápidamente y ella se tuvo que ir.
Caminó por el centro. De a ratos, una mueca se inmiscuía en su cara y la sorprendía recordándote otra vez. Le hubiese gustado decirte tantas cosas, pero no, fue decisión de ella no planear. Sería imposible describir la inmensa cantidad de especulaciones y abstracciones que la fueron acompañando todas esas cuadras en las que, está de más decirte, sintió que te encontraría. Siempre, en todos lados estás vos.  Y todo tu pasado se le hizo presente en la imagen de la tapa de un disco que reposaba en el piso de una vidriera en la que se detuvo. Y tuvo nauseas profundas al sentir y recordar y volver a pensar en que vos tenías un antes. Ella te amaría mejor (no más) si hubieses nacido el mismísimo día en que te conoció, pero no, eso sería imposible y para pensar en imposibles, bastante tiene ya cuando se acuerda de ti.
Sin embargo, hay una idea inquietante que la acecha desde que te empujó hacia donde te empujó y es que desde ese momento, todo ha sido cuesta abajo, y como bien sabés, cuesta abajo no es sólo peor sino también más rápido. Y que esta historia está llegando vertiginosamente a un final que se está desplegando ante sus ojos con una inevitabilidad que no puede controlar. Y si no puede controlarlo, preferirá matarlo antes de que nazca, porque no soporta que nadie maneje sus riendas. Un final que se revela mucho antes de que se desarrolle la trama. Un final que sucede antes que el inicio. Un final inexorable, y claramente, poco feliz.
Hace dos días que se plantea si debería seguir abrumándose, llenándose hasta rebalsar sólo para llegar a la conclusión de que cualquier intento con vos es en vano.
Y cruza la calle diagonal sin miran para ningún lado, quizás presa de una realidad que es demasiado diferente a la que la rodea, siente que nada puede pasarle y llega a la vereda opuesta. La espera un cordón más alto de lo que esperaba y se tropieza un poco. Quizás el golpe la haya devuelto a la realidad, o quizás siga en ese submundo que tanto le sienta. Recuerda cuando vivía más cerca de allí y decide entrar a una librería que jamás le gustó. Mira el reloj detenidamente, como si de buenas a primeras no entendiera que aún es temprano y que podrá gastar más de una hora hojeando libros que no va a comprar.
El chico de la caja la reconoce aunque hace tiempo que no se ven. La saluda con un gesto y con la mano y la deja pasar al fondo, al sector de las ofertas. El ideal para ella sería encontrar un libro, no… descubrir un libro maravilloso a un precio módico, recuerda todas esas veces que compró en otra ciudad obras maestras por casi nada y se dedica a buscar. Hay una guía de París (no le gusta París) y una guía de Londres que se apresura a tomar, pero con exacta rapidez la devuelve al estante y piensa que ella no necesita guía.
Después se entrega a una colección barata que reúne a varios premios nobeles de la literatura mundial. Recuerda que hace un tiempo compró uno muy bueno, que lo prestó y que aún no se lo han devuelto. Se enfurece brevemente, ¡cómo odia prestar libros!
Ya es hora de volver. Hacía mucho tiempo que no dedicaba un momento tan extenso a su placer más grande. Sale de la librería y piensa que no ha comprado nada para vos. Y que vas a volver a pedirle que te lea unos párrafos de un libro al azar y que no tendrá cómo sorprenderte. Luego se reprime una idea y piensa que en definitiva debería empezar a vivir su vida sin girar a tu alrededor.
Una vez hubo un alguien que la amó desesperadamente y que la manipuló de formas que sería imposible explicar. Fue títere y a veces fue titiritero. Siempre vuelve a ese viejo amor. Ella se permite el pasado y se permite estar atada a él que la amó desesperadamente, depresivamente, como a ella le gusta que la amen, que la atosiguen de sentimientos, que le maltraten la conciencia hasta que golpeada no le quede más que explosionar. Es este viejo amor al que recordó instantáneamente después de decidir que dejaría que te fueras de su cabeza por un instante aunque sea, que ya estaba, que basta de vos. Notó que algo raro estaba sucediendo en esa realidad que de a ratos le resulta tan ajena: o ella estaba caminando muy rápido o las cuadras se habían hecho sorprendentemente más cortas. O era que estaba cayendo demasiado rápido en un pozo de remembranzas que no sabría distinguir si le producían felicidad, miedo, tristeza o no le producían absolutamente nada. Se sintió Alicia cayendo por la madriguera aunque le resultaba casi obvio que no encontraría adelante un país de maravillas. Se sintió de pronto protagonista de todos sus libros favoritos y recordó que muchas veces se había sentido identificada con ese famoso personaje de Nabokov.
Cuando llegó a su casa sintió una angustia que le impidió respirar, miró como siempre dentro del buzón pero no había ninguna carta, supo que esta vez no había hallado nada no porque no habías deseado escribirle, sino porque simplemente no te habías animado. Y ella sintió que debía respetar tu decisión y  que también debía respetar que fueran tan diferentes porque si no eran esos grandes contrastes lo que había servido de material para sentar las bases de lo que sea que han construido, bueno, entonces no sé qué podría ser.

Saturday 9 April 2011

El cuento del hospital

Durante el tiempo que estuvo en coma no me animé a ir a visitarla. Y me pregunté constantemente si ella estaba haciendo esfuerzos para hacer que perdure ese sueño casi infinito, en el que seguramente, su otra realidad se había convertido en la única realidad.
Supe por un amigo que trabaja en el hospital que a pesar de que todos los exámenes estaban bien, ella no despertaba.
Sé que estuvieron sus padres, su abuela y sus amigos. Nunca faltaron los amigos y a veces faltaste vos.
Sé que su madre le peinaba la larga cabellera a diario y a veces aparecían sus amigas con un labial cherry y jugaban a que todo estaba bien. Que, a pesar de tener puesta la bata del hospital, parecía que todos los días tenía un vestido diferente y que de todos,  el color lavanda era el que mejor le quedaba. 

Thursday 31 March 2011

Te cuento el cuento de una estatua

Hay una estatua gigante hecha de imágenes que ya nadie cree. Hay una sillón donde nunca te sentaste y probablemente jamás te sentarás. Hay una estatua que debería  derrumbarse, rocas que caen, egos golpeados. Una estatua de un pasado fatídico, de la muerte misma. La estatua de un recuerdo casi borroso. Hay una escalera donde te sentaste y tomaste un trago en un vaso rojo de plástico y prometiste cosas imprometibles y  la miraste sin mirarla y la tocaste sin tocarla.
Hay una melancolía y una nostalgia tan indescriptibles que quizás jamás pueda detallarlas. Guardó una a una las penas, el dolor, guardó  su muerte en una caja donde también hay palabras que escribiste alguna vez  mientras la mirabas, reías y jurabas lo injurable. 
No sé escribir palabras que no haya escrito ya millones de veces, ni sé decir cosas que ya no haya repetido muchísimas veces. Cae y cae y vuelve a caer. Todo el tiempo, las incesantes preguntas perennes que no dejan de existir. Su vida es un árbol tupido de hojas y hojas de tu historia. De su historia. De mi historia. De nuestra historia.
Hay una imagen triste de un cuerpo mutilado sobre la cama. Los pedazos podridos de carne reposan en una muerte inequívoca. Hay un cuerpo en la cama donde dormiste que escucha ruidos y voces y escucha mentiras que ya no puede diferenciar de verdades hipotéticas auto-creadas sólo para la propia satisfacción de ese pedazo de carne que hay sobre la cama.
Su casa es una sucesión de recuerdos interminables. Hay un patio donde te sentaste a burlarla pidiendo de rodillas que te entregara su vida. Está ese patio lleno de fantasmas de memorias que aún vagan en esa pequeña tierra o ese pequeño mundo lleno de vos. Hay memorias fantasmas. Recuerdos espectrales de todo lo que hiciste sin saber que hacías y aún así lo hacías con la  precisión de un escultor. El escultor de esa estatua que está mirando con los ojos entreabiertos en una especie de vigilia inauténtica. Ha querido dormir todos estos meses y se ha forzado al insomnio sólo para poder retener tus imágenes que se le agotan con el paso de los días. Te ha tenido menos veces de las que no te ha tenido, sin embargo ha besado tu recuerdo muchas más veces de las que besó tu cuerpo impío.
Hay imágenes irreverentes y todo te lo debe a vos. Vivís aquí hace tanto tiempo que tendría que comprar más muebles para apilar la eterna sucesión de acciones que perpetrás dentro del cerebro del muerto que está tirado sobre esa cama donde tantas veces  te lloró y donde aún  te llora. No ha dejado de hacer nada de lo que hacía cuando estabas corpóreamente aquí.
Una alfombra que guarda el recuerdo más imborrable de todos, donde ha marcado con tizas indisolubles el día en que su vida se convirtió en el después. Y dejó de haber antes. Y todo se convirtió en después. Una alfombra que grita la forma de tu cuerpo con la precisión que tiene un artista al producir su arte. Es que vos sos arte. El arte más puro que jamás haya conocido, el arte mejor pensado y a la vez más espontáneo. Sos una obra maestra, la obra culmine de quién te ideó o quién no te ideó. La estatua poco desdeñable que moldeó a la perfección de lo que sus ojos veían y ven en vos.  Ha creado desde la ficción, desde lo imaginario una obra que le costará mucho igualar.
Las manos del cuerpo inerte, las manos inactivas de quien ya no puede volver a esculpir.
La estatua sigue firme y erguida en el patio de sus inclinaciones. Has hecho de todo para derribarla, has mentido, maltratado,  ofendido, asesinado y aún así...sigue elevada, fija, segura e inmóvil. La ha hecho con materiales de muy buena calidad. No lo olvides. 

Saturday 26 March 2011

Lo mejor de ella

-Lo mejor de ella es que siempre le gustaron los pájaros. 

Wednesday 16 March 2011

Un rato antes...

Se paró frente al espejo y se retocó el maquillaje que llevaba desde hacía más de quince horas, mucho más de quince horas. Sabía que vendrías, ella lo había soñado la noche anterior, más o menos así: “no te vayas, no te vayas que terminé de fumarme un cigarro y necesito que estés acá”, eso decías, implorabas, rogabas, pedías. Y ella se quedó.
Cuando se levantó a la mañana siguiente no tuvo ganas de bañarse, se lavó los dientes con esa pasta sabor a tutti-frutti que ella adora y se quedó con el cepillo en la boca un buen rato simulando que era un chupetín.  Pensó en el sueño que había tenido y la revelación fue clara: vos ibas a hacer caso omiso a su súplica esa tarde. Repasó esa idea de que no posee real conexión con nadie, ya se le había ocurrido antes, ayer podría ser y se le ocurrió una nueva: “quiero ser libre”.
Le sonó el teléfono temprano, el móvil y quedó atada a una conversación con un viejo amor. Ya no le quiere, se pregunta si alguna vez lo quiso en realidad, y se mira al espejo avergonzada al sentirse tan halagada por alguien a quien hace tiempo no ve. Todo se resuelve rápido, ella cuelga, se sienta en el suelo, estira los brazos y deja que el frío del cerámico la reactive.
Camina por un pasadizo secreto que la lleva de su vida real a la que podría ser, a sus anhelos más profundos y se sumerge en un fluir de información que la apabulla. No puede o no sabe manejar tantos sentimientos, tantas ganas, tantos sueños. No se arrepiente de nada, es increíble, vaga en una bruma caliente llena de sensaciones pasadas y de sensaciones hipotéticas, se desviste, se viste y se vuelve a desvestir. Ha quedado desnuda frente al arcón de los recuerdos y mientras cierra una botella de limonada fresca, se decide a investigar.
Su contexto inmediato no le afecta, no la toca. Elige uno a uno los veranos a repasar, las razones, los pasos que la llevaron hasta donde está. Recuerda una a una cada una de sus dudas, de sus inquietudes, se pregunta su tan odiado: “¿Qué hubiese pasado si…?” rellena la frase una y otra vez y se da cuenta que anhelar lo imposible, lo que no está a su alcance, lo que fue o lo que no pudo ser, o no podrá ser jamás es parte irremediable de ser quien es.
Cierra los ojos y vuelve al piso. Esta vez, ya afuera, se recuesta bajo el gomero y observa como los rayos de sol pasan por entre las hojas del árbol heredado. Hace algunos años, su árbol favorito había sido uno a la vera de un río que sólo una vez visitó, pero decide que ya es tiempo de revisar sus propias tradiciones y sin darle más vueltas, declara en un acto solemne que el gomero pasará a ser su nuevo árbol predilecto.
El tiempo corre. No le importa. Ella sabe a qué hora llegarás.
Desde afuera vuela una canción que no le gusta, o que jamás escuchó. No desea permitir que nada le arruine este momento, duda tener tiempo en la semana de poder repetirlo y sin más, corre hacia el galpón de las cosas viejas, toma una vieja radio del tamaño de un puño, la prende y vuelve a su lugar.
Quisiera que suene alguna canción de la banda sonora de su película favorita, que no es más que la realización fílmica de su libro favorito, pero no. Sin embargo, capta la señal de una radio de barrio y se dedica a escuchar un viejo tango cuya letra, a pesar de no haber escuchado jamás, le resulta increíblemente familiar. Quizás esté contando su vida real. O la otra.
Vuelve a sumergirse en su mar de recuerdos y se sonroja al percibir sonrisas que se van adueñando de la parte inferior de su cara; y se sobresalta al sentir que cuando aparecés vos, comienza a reírse a carcajadas. Ninguna canción es tan buena como una carcajada suya. Recuerda cuando se conocieron, casualmente o no, ella sabe la verdad, duda que vos la sepas. Recuerda el ambiente en el que estaban, casi encerrados, calor, mucho calor y recuerda la inevitabilidad. Ella siempre supo que tarde o temprano vos te decidirías a hablarle y sabe que diseñó centímetro a centímetro el plan perfecto que te haría creer que tus acciones eran espontáneas, impensadas, tuyas.. Pero no, no lo eran, nunca lo fueron, siempre fuiste parte de lo que ella mentalmente digita, de sus formas macabras de planificar la vida de los demás para que, sin que nadie lo note, todos terminen bailando alrededor de ella. No es maldad, simplemente sucede así.
Y vos sos parte de ese plan, no lo olvides nunca. Ella te va a dejar creer que ganás, pero muchas veces son simplemente un peón.
Vuelve la imagen de aquel día y recuerda, como siempre que el mundo para ella se detuvo. Nunca le había pasado antes y nunca le volvería a ocurrir. Que todo se detuvo esa noche, que había reflectores apuntándote y algo muy adentro de ella tembló y sangró. Era el aviso de que su vida estaría por cambiar radicalmente, y eso dolió.
Lo que han construido desde allí en adelante es una gran obra maestra que decido escribir, no ha habido otra con tantas vueltas y tantos amores y desamores y la infinita cantidad de rencores, odios y reconciliaciones… infinita cantidad.
Ayer se dio cuenta que le va a ser muy difícil alejarse de vos, que muchas veces en el día se encuentra manipulando destinos para poder lograr verte por más tiempo. Y lo va a lograr, va a hacerte cambiar el rumbo mil veces hasta que creas que están coincidiendo, en una fiesta, en un parque, en algún lugar. Ella sospecha que te encantará la idea y que sentirás una vez más vencedor de una guerra que se ha desatado hace tiempo entre tus ganas, las de ella y tu forma de ser.
Cuando se hizo demasiado tarde para planear el día, se levantó de la cama de césped y corrió hasta el baño, anhelando una lluvia que no llegaría, abrió el grifo y se quitó la ropa. Antes de poner un pie en la tina, probó la temperatura del agua con la mano derecha y la impresionó la perfección. Se sentó cómodamente y dejó que el agua cayera sobre su cabeza durante un largo rato. Cerró los ojos, se peinó la conciencia y quince minutos antes de que llegaras decidió salir.  El resto de la escena es ella poniéndose hermosa, maquillando sus pestañas, cepillando su cabellera, eligiendo la ropa justa y sentándose a esperarte.
Quieta, inmóvil, como si le costara salir de ese submundo al que se había entregado un buen rato antes, repasó cual sería el plan de ahora en adelante y se le ocurrió una idea que comenzaría a tejer luego de que le pidieras que te bese. Es que ya te lo he dicho, ella lo ha planeado todo en su cabeza. 

Wednesday 9 March 2011

Y ella que se peina....

Caminaste hasta la puerta de su casa como cualquier otro día. La última vez juraste que no volverías, que ya no, que ya estaba, que listo, que punto. Y caminaste esta vez, olvidando todo lo antes jurado, lo que te habías repetido millones de veces en tu cabeza, lo que habías prometido. Olvidaste todo y caminaste hasta allí otra vez.
¿Qué vestías? Lo de siempre, unas zapatillas viejas, un jean y una remera. Nunca fue lo tuyo fijarte bien qué llevas puesto, no sentís que eso te defina, te marque, te haga ser quien sos. Pero quizás ni sepas quién sos. Y ella, a quien ayer vi en la cama, ella ayer pensaba que no tiene una conexión real con nadie. Real es una palabra fuerte, prefiere “profunda”. No conoce a nadie que la conozca completamente y ayer, mientras se debatía entre salir a vivir o quedarse encerrada, pensó que quizás vos fueras el único que podría, en un futuro, llegar a conocerla.
Ella sabe cómo autodefinirse. Sabe quién es y lo que podría llegar a conseguir, pero por ahora no le importa hacerlo.
Llegaste y tocaste timbre,  nunca lo habías hecho antes. Miraste si en el buzón alguien más le había dejado una carta y te sentiste vencedor otra vez, al comprobar que ella sigue siendo tuya. Silbaste bajito una canción que nadie conoce, o sí, y esperaste que te abra. Y cuando sucedió, todo en lo que te apoyabas cayó, y temblaron tus piernas y caíste vos también. La viste hermosa, como si ella se hubiera puesto hermosa sólo para vos, desafortunadamente, recordaste que ella no sabía que la visitarías y comprobaste una vez más, que ella es hermosa per sé.
-        -  Me quedé sin libros. ¡Qué hermoso está el parque!
No te habló, caminó a tu lado, pero desde lejos. No sé explicar qué fue bien lo que pasó. Te ofreció sentarte en el banco, pero recordaste que la última vez no lo habían hecho y te molestó el recuerdo. Sacudiste la cabeza, tratando de despojarte de tu memoria dudosa. No le hiciste caso y sacaste de tu bolso un puñado de  dulces de colores que a ella le fascinan. Antes siempre eran cartas y chocolates. Cartas, chocolates y cigarrillos. Sus ojos se llenaron de arco iris de azúcar y una pequeña sonrisa se apoderó de la parte inferior de su cara.
Así pasaron varios veinte minutos. Tardó en idear una frase, vos sabías que ella no iba a regalarle ni una sola palabra al azar, que todo estaría pensado, que no le gustó pedirte que te fueras, que una parte de ella estaba anclada a ese día y su idea de despegarse de esta historia. Si ella fuera quien la escribe, entonces hubiera proseguido el relato con un solo protagonista, eso anhelaba con furia, un solo protagonista. Vos.
Cuando por fin desenvolvió un puñado de frases, lograste entender que entre ustedes nada había cambiado y que tu idea de volver sin ser esperado había sido un gran acierto. Siempre son ustedes, aún cuando no se sienten corpóreamente juntos.
Te maravilló ver como su pelo brillaba al sol y como, uno a uno, comió los dulces. ¿Creés que te hubiera recibido si no los traías?
Se te ocurrieron unas palabras que podrían convertirse en canción: “Y ella que se peina, y no para de peinarse. Una y otra vez, más fuerte, menos, se saca un nudo, se pone lacia, se mira el espejo y comienza otra vez. Sin contar. Y ella que se peina para ser más linda y pienso que no se puede ser más linda. Y ella que se peina y escribe una carta. Un párrafo, otro, otro más. Y me los dedica, uno a uno, porque yo estoy en su cabeza y el destinatario soy yo.”
Te preguntaste si serías capaz de recordarlas una vez en tu casa, pero instantáneamente las olvidaste y  no te preocupaste en lo más mínimo.
Ella te pidió un favor al que no pudiste negarte.  Y te hizo feliz.
Tomaste aire y trataste de mantener una conversación que no fluía, y que era obvio que no fluiría, ella tenía miedo, o algo parecido al miedo, una mezcla de todos los sentimientos que se asocian con el temor, el terror y la inseguridad; pero vos entendiste a la perfección de qué se trataba eso, porque en el instante que ella se convertía en un papel transparente, fácil para vos leer entre sus líneas, vos te estabas convirtiendo en lo mismo.
-          Dame un beso – le rogaste, y como siempre, y tantas otras veces, la vida se volvió cíclica otra vez. 

Tuesday 15 February 2011

Te cuento un cuento de mañanas

A mí lo que me gusta es cuando te levantás inquieta…y hurgás en un bostezo eterno qué parte del sueño que tuviste aún te resulta tangible. Y te quedás con eso un buen rato, y seguís una especie de protocolo inexorable, que se repite mañana tras mañana y es más o menos así…
Primero te desperezás y mirás el despertador, si es muy temprano, cerrás los ojos otra vez y tratás de continuar con el sueño, pero si hay algo que los años te han enseñado, es que eso nunca sucede. Luego repasás detalle a detalle lo que has logrado traducir a palabras, a pensamientos, y lo tratás de vivir. Ayer mismo, sin ir más lejos, te perturbó un sueño en el que salías de una galería que no lo era, viste cómo son los sueños, muchas veces nadie es quién es, los lugares no son lo que son, siempre les das crédito por ser decididamente extraños y poner en jaque tu inteligencia.
La cosa es que la galería no era la galería, sino que era la Universidad, y tus bolsas no eran bolsas de compras, eran los libros, y al salir viste un cantante callejero que tocaba la guitarra… ¡ cómo te gustaría saber qué canción cantaba! Imposible. Y te agarraba del brazo y te pedía que te quedes, o algo así, y el cantante callejero era nada más y nada menos que él. Y otra vez, allí mismo, en el sueño, te preguntaste cuántas noches más ibas a soñar con lo mismo. Con él. Con él que hoy no va a venir. Te lo aclaro, no lo esperes, hoy no va a venir.
Después, el sueño se repitió.
Al despertar, cuando seguiste los pasos inevitables de tu pequeño ritual, le dedicaste el momento más especial a analizar qué significaba todo eso. Y otra vez, ¡otra vez! ,caíste en la trampa de creer que ese sueño tenía un sentido real, qué algo iba a pasar, que el hilo que los unió una vez seguía intacto. La verdad, a veces me sorprendés, no es que me quiera poner de su lado, pero vos misma se lo pediste. Le pediste que se fuera, que corte el hilo, que no vuelva más.
Ya dentro de la trampa, absolutamente imposibilitada para salir, corriste hasta el buzón y te fijaste si te había dejado una carta, como antes, cuando te dejaba cartas en tu buzón más de seis veces al día y vos te ponías el vestido blanco de verano y corrías los cuarenta metros que separan tus sueños de tu buzón, el pelo largo al viento, el sol coloreando tus hombros, una canción hermosa zumbando en tus oídos, las flores doblando para verte y desde lejos te gustaba ver que había un papel que se asomaba, y a veces eran dos y otra tres y así hasta seis.
Bueno, todo eso ya no va a pasar más. Deberías entenderlo. Él no va a escribirte, ni va a visitarte, por lo menos no por ahora. Ya no te quiere como te quería cuando decía que te quería. Ahora te quiere como se quiere a un recuerdo, se aferra a no borrarte, pero no te tiene siempre presente. Es como vos, que te aferrás a un sueño igual a tantos otros sueños y no querés dejarlo escapar, querés que se quede con vos, completo, sin perder ningún detalle, para poder revivirlo cuando te plazca como a un recuerdo. Nadie jamás ha podido convencerte de que los sueños son sólo eso, a vos te gusta pensar que son realidades en un universo paralelo. Realidades realmente reales. Que sucede, que te pasan, que el cantante callejero sí existió, efímero pero eficaz, en otra vida. Y te gusta pensar que tenés dos vidas, una que es de todos, que se ve a simple vista, que le gusta a todos, y una que te fascina a vos, en la que tus deseos se vuelven situación irrefutable, en la que tu voluntad no está doblegada a la imposición social que tanto te fastidia.
Has aprendido a amar a tu otro yo y a conservarlo inmaculado, tan inmaculado que nadie sabe que existe, te llena de orgullo, te refleja, te inspira, te deja ser quien sos. Te engalana y te eleva, como a vos te gusta que te eleven , que te recen.
Tus mañanas son, sin lugar a duda, mi momento favorito de tu día. Cuando sos la mitad de lo que sos y la mitad de lo que querés ser. La mitad de lo que forjaste a sangre, puño y letra y la otra mitad es el intento vano de realizar, perpetrar, tus deseos.

Monday 7 February 2011

Te cuento un cuento de transgresión

Hay algo suelto en el refrigerador. El “refrigerador”.
Hay de todo suelto en esta casa. El candado de la reja está fallado. Sólo basta con darle un pequeño golpecito y puedo entrar sin problemas. A la izquierda veo un pequeño cantero lleno de flores que se han mimetizado con sus vecinas. Los colores indefinidos, ya ninguna pertenece a una categoría especifica y si quisiera delimitar sus colores, debería primero tomarme el tiempo para inventar un nuevo set de vocablos que identificaran con propiedad lo que intento describir.
Y precisamente aquí, frente a mí, justo en el medio de la altísima pared blanca, justo en la entrada, detrás de la reja se halla la ventana. La ventana. El ojo de mis historias, el portal de mis creaciones, una gran boca pintada de verde, un balcón que fanfarronea  dos macetones sin flores. Me agacho hasta convertirme en un pequeño animal, no más grande que un perro de tamaño mediano y me siento a escuchar. Yo no necesito papel y lápiz para recordar. Mi memoria estuvo siempre supeditada a los momentos que vive y siempre ha encontrado maneras de relacionar sonidos, colores y aromas y traer de vuelta, al tiempo, una frazada de sensaciones que me encierra, me oprime y comprime, y me hace estallar en ínfimos pedacitos de fotografía que no puedo sino contar.
Por eso cuento tu historia, porque me lo pide la memoria.
Así como estoy, agachado, en cuclillas, con un dolor en las articulaciones que requeriría que inventase otro set de palabras para describirlo (y no tengo ganas, realmente) escucho que has elegido un disco que adoro, e intuyo que estás fascinada con este día de sol que encontraste al levantarte, desde que sospechaste, gracias al hilo de luz que se infiltró por el huequito que existe entre el extremo inferior de la puerta y el umbral, que hoy iba a ser un hermoso día. Y recordaste cuando la primavera te tomó por sorpresa y te regaló el estallido de mil jazmines, y recordaste que es hora de sacar del ropero el vestido blanco que heredaste de un recuerdo, que no tenés, que cuando cerrás los ojos podés hasta tocar y te imaginás vistiéndolo y tu pelo es más largo y siempre hace calor y siempre es un buen día para usarlo.
Adivino que has decidido pasar el día descalza. Descalza y con el pelo suelto, y que por propia decisión, y en calidad de actividad que odias, has entrado en un letargo del que te será difícil escapar, aunque no estoy muy seguro de poder calificar al letargo como actividad. Te molesta, lo odiás, no podés entender qué es lo que pasa. M,  ¿qué te pasa últimamente? No podés seguir dos líneas de lectura seguidas sin que tus pensamientos vuelen hacia tiempos futuros, lejanos, imposibles. ¿Qué te pasa? No comés, no regás, no escribís. No caminás ya casi, las rondas ya no son redondas, la vida en sí ya no parece seguir ningún plan. Estás absolutamente entregada a lo que puede ser, no buscás, ¡qué va!, si te veo sentada esperando el famoso “algo” de la vida que tomás sin cuestionamientos y aceptás como ley suprema.
Ya no vas a misa ni te interesan tus amigos. Has dejado de desear un perro de compañía y hasta podrías afirmar que los animales no te gustan. No has tocado un libro desde la última vez que él te visitó y te rogó que le leyeras unos párrafos al azar, párrafos sobre los que desearías vomitar ahora mismo, aunque te aterra ensuciar el vestido ficticio que llevás puesto.
Si sólo pudieras arrancar de cuajo las páginas que hoy parecen haberse vuelto enemigas de tus sentimientos más puros. Si pudieras suprimir la imagen grabada en tu cabeza… el gomero, el vestido blanco que aún no te resignas a tirar, su cabeza sobre tu regazo, el cuerpo sobre el pasto, la total inhibición de las funciones del banco y tu tan afamada pérdida de poder, el sometimiento a la voluntad ajena,  la completa sumisión, el dolor que te absorbe, te sobrepasa, te anula, te hace renunciar a todas las creencias que juntaste durante todos los años de tu vida.
Y decidís que los zapatos te aprietan, que quizás no sea simplemente una rima, que es verdad que las medias te dan calor…
Me detengo a pensar en mi infidencia, en este pequeño horror que ha sido bajarme del auto a espiarte. Que he cruzado un límite que hasta ayer parecía inquebrantable, que he pecado y que no me arrepiento, no me arrodillo ante nadie porque no debo justificar mis ansias, no rezo, no hay plegarias. He transgredido hasta el punto mismo del voyeur.
Y me gusta mirarte cuando estás tan sola que hasta te atreverías a llorar.
Y contar tu historia que no es más que la mía y la de él.
Y pensar, pensar por un momento quizás, que podrías ser mía. Como el día que conté el cuento desde el balcón, y pensaba este imperceptible driver, junto a un amigo que te amó, en que si fueras por un segundo más perspicaz, podrías ver más allá.
Lo que me queda es esto, el relato, el brote de memoria, el pequeño delito de mirarte, admirarte y contarle a él de que se trata todo tu ser.