Monday 7 February 2011

Te cuento un cuento de transgresión

Hay algo suelto en el refrigerador. El “refrigerador”.
Hay de todo suelto en esta casa. El candado de la reja está fallado. Sólo basta con darle un pequeño golpecito y puedo entrar sin problemas. A la izquierda veo un pequeño cantero lleno de flores que se han mimetizado con sus vecinas. Los colores indefinidos, ya ninguna pertenece a una categoría especifica y si quisiera delimitar sus colores, debería primero tomarme el tiempo para inventar un nuevo set de vocablos que identificaran con propiedad lo que intento describir.
Y precisamente aquí, frente a mí, justo en el medio de la altísima pared blanca, justo en la entrada, detrás de la reja se halla la ventana. La ventana. El ojo de mis historias, el portal de mis creaciones, una gran boca pintada de verde, un balcón que fanfarronea  dos macetones sin flores. Me agacho hasta convertirme en un pequeño animal, no más grande que un perro de tamaño mediano y me siento a escuchar. Yo no necesito papel y lápiz para recordar. Mi memoria estuvo siempre supeditada a los momentos que vive y siempre ha encontrado maneras de relacionar sonidos, colores y aromas y traer de vuelta, al tiempo, una frazada de sensaciones que me encierra, me oprime y comprime, y me hace estallar en ínfimos pedacitos de fotografía que no puedo sino contar.
Por eso cuento tu historia, porque me lo pide la memoria.
Así como estoy, agachado, en cuclillas, con un dolor en las articulaciones que requeriría que inventase otro set de palabras para describirlo (y no tengo ganas, realmente) escucho que has elegido un disco que adoro, e intuyo que estás fascinada con este día de sol que encontraste al levantarte, desde que sospechaste, gracias al hilo de luz que se infiltró por el huequito que existe entre el extremo inferior de la puerta y el umbral, que hoy iba a ser un hermoso día. Y recordaste cuando la primavera te tomó por sorpresa y te regaló el estallido de mil jazmines, y recordaste que es hora de sacar del ropero el vestido blanco que heredaste de un recuerdo, que no tenés, que cuando cerrás los ojos podés hasta tocar y te imaginás vistiéndolo y tu pelo es más largo y siempre hace calor y siempre es un buen día para usarlo.
Adivino que has decidido pasar el día descalza. Descalza y con el pelo suelto, y que por propia decisión, y en calidad de actividad que odias, has entrado en un letargo del que te será difícil escapar, aunque no estoy muy seguro de poder calificar al letargo como actividad. Te molesta, lo odiás, no podés entender qué es lo que pasa. M,  ¿qué te pasa últimamente? No podés seguir dos líneas de lectura seguidas sin que tus pensamientos vuelen hacia tiempos futuros, lejanos, imposibles. ¿Qué te pasa? No comés, no regás, no escribís. No caminás ya casi, las rondas ya no son redondas, la vida en sí ya no parece seguir ningún plan. Estás absolutamente entregada a lo que puede ser, no buscás, ¡qué va!, si te veo sentada esperando el famoso “algo” de la vida que tomás sin cuestionamientos y aceptás como ley suprema.
Ya no vas a misa ni te interesan tus amigos. Has dejado de desear un perro de compañía y hasta podrías afirmar que los animales no te gustan. No has tocado un libro desde la última vez que él te visitó y te rogó que le leyeras unos párrafos al azar, párrafos sobre los que desearías vomitar ahora mismo, aunque te aterra ensuciar el vestido ficticio que llevás puesto.
Si sólo pudieras arrancar de cuajo las páginas que hoy parecen haberse vuelto enemigas de tus sentimientos más puros. Si pudieras suprimir la imagen grabada en tu cabeza… el gomero, el vestido blanco que aún no te resignas a tirar, su cabeza sobre tu regazo, el cuerpo sobre el pasto, la total inhibición de las funciones del banco y tu tan afamada pérdida de poder, el sometimiento a la voluntad ajena,  la completa sumisión, el dolor que te absorbe, te sobrepasa, te anula, te hace renunciar a todas las creencias que juntaste durante todos los años de tu vida.
Y decidís que los zapatos te aprietan, que quizás no sea simplemente una rima, que es verdad que las medias te dan calor…
Me detengo a pensar en mi infidencia, en este pequeño horror que ha sido bajarme del auto a espiarte. Que he cruzado un límite que hasta ayer parecía inquebrantable, que he pecado y que no me arrepiento, no me arrodillo ante nadie porque no debo justificar mis ansias, no rezo, no hay plegarias. He transgredido hasta el punto mismo del voyeur.
Y me gusta mirarte cuando estás tan sola que hasta te atreverías a llorar.
Y contar tu historia que no es más que la mía y la de él.
Y pensar, pensar por un momento quizás, que podrías ser mía. Como el día que conté el cuento desde el balcón, y pensaba este imperceptible driver, junto a un amigo que te amó, en que si fueras por un segundo más perspicaz, podrías ver más allá.
Lo que me queda es esto, el relato, el brote de memoria, el pequeño delito de mirarte, admirarte y contarle a él de que se trata todo tu ser. 

1 comment:

  1. Muy interesante. Voy a leer su blog con tranquilidad. Mándeme el texto que quiere publicar directamente, por favor. Si lo hace antes del jueves será publicado el viernes. En caso contrario tendrá que esperar tres o cuatro semanas. Haga como prefiera, por lo que he leído ya supongo que será de calidad.

    Un saludo.

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