Saturday 30 October 2010

Te cuento un cuento de jardines

Heredó un gomero y un jazmín en flor. Al igual que los libros, las plantas le gustan cuando encierran una historia, un secreto, un recuerdo de alguien más, como si existiera forma de develarlo, de penetrar en lo oculto de un ser extraño, de investigar.
En el medio del jardín se erigen ambos. Debajo del primero, un banco de madera blanco en el que reposan una lapicera negra trazo fino y álbum de notas antiguo que encontró en un cajón en la casa de su abuela. Casualmente, o no, no podría afirmarlo, a su derecha se encuentra el jazmín a punto de estallar. Como si ya no pudiera soportar un minuto más la inmensa cantidad de brotes, como si la primavera lo hubiera tomado por sorpresa, débil, plebeyo del otoño y ya no le quedara más opción que detonar la carga de millones de cartuchos de dinamita para convertir la explosión en una lluvia de aromas cálidos y colores inmaculados.
Más allá de la cerca, los autos pasan sin notar el pequeño mundo verde que se despierta cada mañana en su jardín.
Parada en el umbral de la puerta que da paso a la galería piensa cuánto relojes tendrá que gastar hasta lograr olvidarte.
Una regadera de metal, una tijera vieja, unas macetas de terracota, otra de cerámica de Puebla, un camino hecho de baldosas viejas, un laberinto de yuyos, un poco más de sol.
Sentada ya en su banco, elige pensar a escribir, siente que ya tendrá tiempo para teñir las hojas con saltos de su memoria. Corrige un mal pensamiento. Tararea una canción. Quizás intuya que alguien más escribirá esto. Y que alguien más te lo va a contar.
A su izquierda brota una mata de alegrías del hogar. Alguna vez alguien la convenció de que experimentara lo siguiente: plantar alegrías blancas cerca de alegrías fucsias. Con el tiempo vería que las blancas, gracias a la cercanía y a quién sabe qué otra cosa, se irían tiñendo, mimetizando con sus vecinas. Pensó que después de muchos años de intentarlo, esta vez lo había logrado. A fuerza de riegos y paciencia, las alegrías habían florecido.
Si caminara diez pasos, encontraría que muchas de aquellas plantas que alguna vez compró han dado flor en esta sorpresiva primavera. Pero carece de ganas o de curiosidad.
Lo maravilloso de la escena es cómo estás tan ausente que has logrado materializarte. Hubo un tiempo en que cerraba los ojos y pedía a la noche que le concediera el sueño, o la capacidad de no pensar, o la posibilidad de no recordar. Hubiese renunciado a su inteligencia y a sus propios sueños por ser capaz de olvidar todo y volverse papel blanco de un viejo cuaderno de notas, o pimpollo blanco o alegría teñida. Pero ha sido mezquino el pasar de los días y ha tenido que salir día a día a vivir su vida anclada a un recuerdo que teme no le pertenezca.
Entre las sombras proyectadas cree ver algo que se mueve. Podría ser un animal, podría ser el viento. No se inquieta, está sumergida en algo de lo que no quiere escapar, y sin embargo se le escapa.
¡Qué tirana es la memoria cuando uno le pide un deseo!  ¡Qué déspota, qué traicionera!
En un último suspiro piensa que el año que viene no plantará margaritas, porque carecen de aroma.
Se levanta, te toma de un brazo y te hace entrar.

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