Sunday 8 May 2011

Los pies

Es así de mezquina mi memoria que se empecina en volver a donde ya ha ido.
Sórdida nostalgia, en la que al revolver encuentro que no hay mejor día que aquel que pasé contigo, ni mejor amor que el que aprendí contigo, ni mejor dolor que el que he sufrido contigo.

Y en una nebulosa asfixiante, en la que respirar se me hace añicos, encuentro mis pies andando por el camino que ya han ido.
Que todo vuelve algún día al lugar donde pertenece para terminar su existencia de donde jamás debería haber partido, ya lo sé.
Sólo que se me acaba la historia, me quedan cortos los días, y otra vez me encuentro caminando las calles que tantas veces he recorrido. 

Tuesday 3 May 2011

El bastón

Era claro ver lo que pasaba, la estaban desmembrando. Le estaban arrancando sus brazos, las piernas, de cuajo, con dolor. Una increíble mancha de sangre crecía por debajo de su tronco y de sus ojos brotó una lágrima. Estaba padeciendo la inevitabilidad de sus decisiones y aún cuando un grito ensordecedor hizo temblar los cuatro muros que la acunaban, no pudo sentirse culpable.
Se paró como pudo y recordó que el ser humano no es más que un animal de costumbre. Comprendió que tarde o temprano podría acomodar su vida hasta lograr normalizar su situación. Le faltaban los brazos, es verdad, pero ya encontraría algo que le sirviera de miembro prensil, o quizás se dejaría prensar por brazos ajenos. La vida no parecía tan mala. Claro está que habría que acostumbrarse al insoslayable zumbido de la conciencia.
Le faltaban las piernas. Le habían arrancado también el corazón. Y un pulmón. Y una oreja.
Y frente al rugir de las estrepitosas paredes que se iban derrumbando a medida que ella, digamos, caminaba, se encontró falta de rodillas y se dejó caer.
Quizás el dolor más enceguecedor provino de la cruel comprensión de la falta más inexplicable de todas. Su bastón. Y desde los confines más remotos de las entrañas que le colgaban por doquier y a medida que intentaba avanzar hacia un porvenir que no era más que la mismísima nada, un alarido desesperado la despertó de un sueño profundo al que se había entregado la noche anterior.
Pero no había sido un sueño. Efectivamente, le faltaba su bastón. 

Monday 2 May 2011

El cuento de la librería

Mentiría si dijera que la sorpresa la sorprendió. No era una sorpresa. Había vivido una semana y media completa sabiendo que transitaba el inexorable camino hacia la no-sorpresa. Por primera vez en mucho tiempo no había planeado una respuesta que pudiera considerarse válida y decidió, mientras manejaba un auto prestado, que dejaría que fluyera de su más íntimo ser una contestación que te descolocara y te desautomatizara. Ella no cree que hayas estrenado esa información silenciosa con ella, sino que en realidad, habías recopilado detalles de vidas anteriores a ella (que te aconsejo jamás reveles en su presencia) y las implementaste con motivo de tu grand opening (al que ella deseaba asistir, claro está, pero más como audiencia que como protagonista).
Esta mañana, mientras corría la sábana de sus piernas, pensó mucho en vos. Quiso comprender cómo es posible que pudieras tener un pasado al que ella no perteneciera y tuvo ganas de llorar o de dormir, es lo mismo, en ella ambas acciones persiguen un único fin. Que habías tocado otro cuerpo y habías sentido amor. Amor, esa palabra se corporizó en jeringas infectadas y cada vez que hacía fuerza para imaginarte amando a otra persona, el dolor se volvía insoportable, insostenible. Y eran pinchazos penetrantes, dolorosos, del tipo de pinchazos que aparecen en los sueños de otros, no en los propios. Y pensó que si va a tener que andar por la vida con la pesada mochila de saber que ha habido un antes, prefiere quedarse sentada. Porque el mero hecho de especular sobre todas las mujeres que pasaron por tu vida le provoca repugnancia. ¿Cómo es que alguien como tú no pudo esperarla hasta que llegara? M. cree que en definitiva, vos estabas seguro que algún día pasaría, pero te has tardado demasiado, demasiados años en llegar.
Esta mañana de lunes transcurrió como varias otras, como las que sucedían hace algunos años atrás, en las que se levantaba dispuesta a mentir y a no medir las consecuencias. Escribió un correo, recibió otro y se sentó a esperar, pero a pesar de que te habías corporizado en un nombre, no apareciste rápidamente y ella se tuvo que ir.
Caminó por el centro. De a ratos, una mueca se inmiscuía en su cara y la sorprendía recordándote otra vez. Le hubiese gustado decirte tantas cosas, pero no, fue decisión de ella no planear. Sería imposible describir la inmensa cantidad de especulaciones y abstracciones que la fueron acompañando todas esas cuadras en las que, está de más decirte, sintió que te encontraría. Siempre, en todos lados estás vos.  Y todo tu pasado se le hizo presente en la imagen de la tapa de un disco que reposaba en el piso de una vidriera en la que se detuvo. Y tuvo nauseas profundas al sentir y recordar y volver a pensar en que vos tenías un antes. Ella te amaría mejor (no más) si hubieses nacido el mismísimo día en que te conoció, pero no, eso sería imposible y para pensar en imposibles, bastante tiene ya cuando se acuerda de ti.
Sin embargo, hay una idea inquietante que la acecha desde que te empujó hacia donde te empujó y es que desde ese momento, todo ha sido cuesta abajo, y como bien sabés, cuesta abajo no es sólo peor sino también más rápido. Y que esta historia está llegando vertiginosamente a un final que se está desplegando ante sus ojos con una inevitabilidad que no puede controlar. Y si no puede controlarlo, preferirá matarlo antes de que nazca, porque no soporta que nadie maneje sus riendas. Un final que se revela mucho antes de que se desarrolle la trama. Un final que sucede antes que el inicio. Un final inexorable, y claramente, poco feliz.
Hace dos días que se plantea si debería seguir abrumándose, llenándose hasta rebalsar sólo para llegar a la conclusión de que cualquier intento con vos es en vano.
Y cruza la calle diagonal sin miran para ningún lado, quizás presa de una realidad que es demasiado diferente a la que la rodea, siente que nada puede pasarle y llega a la vereda opuesta. La espera un cordón más alto de lo que esperaba y se tropieza un poco. Quizás el golpe la haya devuelto a la realidad, o quizás siga en ese submundo que tanto le sienta. Recuerda cuando vivía más cerca de allí y decide entrar a una librería que jamás le gustó. Mira el reloj detenidamente, como si de buenas a primeras no entendiera que aún es temprano y que podrá gastar más de una hora hojeando libros que no va a comprar.
El chico de la caja la reconoce aunque hace tiempo que no se ven. La saluda con un gesto y con la mano y la deja pasar al fondo, al sector de las ofertas. El ideal para ella sería encontrar un libro, no… descubrir un libro maravilloso a un precio módico, recuerda todas esas veces que compró en otra ciudad obras maestras por casi nada y se dedica a buscar. Hay una guía de París (no le gusta París) y una guía de Londres que se apresura a tomar, pero con exacta rapidez la devuelve al estante y piensa que ella no necesita guía.
Después se entrega a una colección barata que reúne a varios premios nobeles de la literatura mundial. Recuerda que hace un tiempo compró uno muy bueno, que lo prestó y que aún no se lo han devuelto. Se enfurece brevemente, ¡cómo odia prestar libros!
Ya es hora de volver. Hacía mucho tiempo que no dedicaba un momento tan extenso a su placer más grande. Sale de la librería y piensa que no ha comprado nada para vos. Y que vas a volver a pedirle que te lea unos párrafos de un libro al azar y que no tendrá cómo sorprenderte. Luego se reprime una idea y piensa que en definitiva debería empezar a vivir su vida sin girar a tu alrededor.
Una vez hubo un alguien que la amó desesperadamente y que la manipuló de formas que sería imposible explicar. Fue títere y a veces fue titiritero. Siempre vuelve a ese viejo amor. Ella se permite el pasado y se permite estar atada a él que la amó desesperadamente, depresivamente, como a ella le gusta que la amen, que la atosiguen de sentimientos, que le maltraten la conciencia hasta que golpeada no le quede más que explosionar. Es este viejo amor al que recordó instantáneamente después de decidir que dejaría que te fueras de su cabeza por un instante aunque sea, que ya estaba, que basta de vos. Notó que algo raro estaba sucediendo en esa realidad que de a ratos le resulta tan ajena: o ella estaba caminando muy rápido o las cuadras se habían hecho sorprendentemente más cortas. O era que estaba cayendo demasiado rápido en un pozo de remembranzas que no sabría distinguir si le producían felicidad, miedo, tristeza o no le producían absolutamente nada. Se sintió Alicia cayendo por la madriguera aunque le resultaba casi obvio que no encontraría adelante un país de maravillas. Se sintió de pronto protagonista de todos sus libros favoritos y recordó que muchas veces se había sentido identificada con ese famoso personaje de Nabokov.
Cuando llegó a su casa sintió una angustia que le impidió respirar, miró como siempre dentro del buzón pero no había ninguna carta, supo que esta vez no había hallado nada no porque no habías deseado escribirle, sino porque simplemente no te habías animado. Y ella sintió que debía respetar tu decisión y  que también debía respetar que fueran tan diferentes porque si no eran esos grandes contrastes lo que había servido de material para sentar las bases de lo que sea que han construido, bueno, entonces no sé qué podría ser.