Tuesday 23 November 2010

Te cuento un cuento sobre un cuento

Lo que se ve desde acá es más o menos esto: la pava está a punto de hervir, hay una taza blanca a su lado y ella que decide que por hoy no va a preparar la tetera, o la ceremonia, esa a la que le encanta asistir, aunque sea en su propia casa, en su propio living, en su propio mundo. El té es casi infaltable en su mesa de luz, y hoy, feliz recuerda que tiene uno especial, uno que le trajeron de China, uno cuya etiqueta no puede leer, no sabe, no quiere, no le importa. Sólo le interesa el sabor y  le agrada saber que esa caja cónica ha viajado miles de kilómetros sólo para encontrarla.
Abre la heladera y saca el pote de miel. A veces no puede distinguir si verdaderamente le gusta o sólo la come por tradición familiar, porque hay que tener mucho coraje para romper los mandatos familiares, la miel, el diario, el lavarropas con tambor vertical, la marca de yerba de la abuela S.
Espío un poco más y noto que no está sola. Que está con vos, que te has decidido por una santísima vez a visitarla. Adivino tu intención, necesitás pedirle algo.
Lo que se ve desde acá es más o menos esto: ella lleva todavía pijamas y se está peinando, el agua para el té hirvió hace un rato y te pidió que la saques del fuego. Hoy no va a haber ceremonia, se nota. Caminás hasta la biblioteca y sacás un libro, sabés que no va a prestártelo, porque detesta prestar libros y también detesta pedirlos prestados. No te atreverías jamás a pedirle eso, podrías pedirle cualquier cosa y no te daría ni vergüenza ni temor, pero eso sí que no. La ofenderías; es que ella se enoja con tanta facilidad que a veces es hasta difícil imaginar cómo llevar una conversación adelante sin herirla y que sus cuchillos de letras y fonemas se claven en tu pecho y hagan brotar tanta sangre, tanta que no te queda más opción que dar la vuelta, gritar e irte.
Sacás un libro que ella ama y le rogás que se siente bajo el gomero, pero no en el banco, sino sobre el pasto, que abra el libro en una página al azar y te lea. Te gusta que te lea. De los pocos placeres que has gozado en tu vida, escucharla es el que más se acerca a tu utopía. Me pregunto por qué te es tan difícil amarla y vos te preguntás porque ella no podría ser simplemente una voz incorpórea, una transmisora de conocimiento, una palabra constante en tu oído. Pero no se puede, con ella es todo o nada.
Y ahora, después de que has escuchado todo lo que querías escuchar, tu cuerpo entero sucumbe ante el miedo. Sabés que lo que pediste no es gratuito, que ella necesitará algo a cambio, que el altruismo no es una cualidad que ella pondera.
Se levanta, te mira amablemente, quizás por primera vez en años y con la voz más dulce que jamás haya producido te dice:
-Andate. 

Tuesday 9 November 2010

Te cuento un cuento de muchos no.

Eso sí, te pido que no le mientas. Que lo que inesperadamente tu mente hile no sea escupido como si fuera verdad, que tus infamias no la alcancen, no la manches con tus culpas, no la vuelvas víctima, ahorrate el crimen. Ahorrate el crimen.
No la espíes desde la esquina, cazador furtivo, ni esperes el momento propicio para atacar silencioso.
No la culpes por tu pasado, ni la glorifiques como única santa de tu religión dudosa. Ella es ella, no la comprendas si no se te antoja, pero no la santifiques y luego le reces y luego no le cumplas. No sigas el mismo camino de siempre, no repitas, no revuelvas, no crucifiques.
Te pido demasiado, lo sé. No la evites ni la agotes. No le hables; la mayoría de las veces no es necesario. La verdad, casi nunca te escucha. 
Hace unos meses que la vida y sus alrededores se le presentan como gotas de literatura. Debería salir a la calle con el álbum de notas y la lapicera, para que las ideas no se esfumen en una cuadra, ni se pierdan en una diagonal. Todo le resulta interesante, exultante; las imágenes, las gentes, los diálogos ajenos, las ideas al portador. Como si volaran y uno pudiera meterlas en un puño, apretarlas fuerte para no dejarlas escapar.
No la inspires. No le des motivos para escribir, no la envuelvas en latigazos de memorias.
Te pido demasiado, ya sé. Pero no te olvides de todo lo que yo hago a diario por vos.
No la enfermes para luego tenderla en tu cama y desaparecer frente al primer dolor que no soportes. No la atiendas, no la escuches, no la mires, no le mientas, no la esperes, no la recuerdes, no la toques, no la llames, no la busques, no la manches, no la trates, no la pienses. Borrá el pasado pisado y borrá el futuro incierto. No la abordes ni la agredas, no la escuches ni la leas, no la mires ni la escuches, no la escuches porque ella no te escucha.